lunes, 7 de marzo de 2011

Reflexionando sobre los remakes

Lo primero que me gustaría dejar claro es que no tengo nada en contra del cine americano en general y estadounidense en particular. Sería absurdo no admitir que actualmente son los reyes del cotarro gracias a que cuentan con muchos más recursos en cuanto a efectos especiales, decorados, vestuario… en fin, todos esos detalles que hacen grande al cine. Quizá los mejores actores no sean los americanos, pero saben suplir esa carencia dándole rienda suelta a ese sentido del espectáculo por lo que tan bien son conocidos. No, no tengo nada en contra del cine americano. De lo que estoy en contra es de los remakes americanos de películas europeas, y sobre todo si he visto antes la película original. Si por algo se caracteriza el cine europeo es por historias cercanas, de la vida cotidiana, que emocionan por su ternura y su drama a partes iguales, y de personas normales que intentan seguir con su vida a pesar de que esté plagada de tragedias y lágrimas, y que hacen que el espectador se sienta identificados con ellos de alguna manera. El cine europeo es el cine del día a día, melancólico, agridulce. Cuando una película europea se vuelve hacer con un director americano al frente, desde mi punto de vista, pierde su sentido, se vuelve apenas una sombra de lo que es su original. La historia se vuelve vacía y queda opacada por la magnificencia de los decorados y las estrellas de Hollywood, mientras que las actuaciones de los personajes se vuelven exageradas y poco creíbles. Un ejemplo de esto es la película Sin reservas, remake estadounidense de la película francesa Deliciosa Martha. Ambas películas cuentan la misma historia: una cocinera neurótica se ve obligada a ir a un psiquiatra por petición de su jefa y ve como su vida da un giro de 180º cuando se debe hacer cargo de su sobrina y entra en su vida y en su cocina un chef amante de la comida y la ópera italiana. Esencialmente, ambas versiones sólo se diferencian por dos cosas: el presupuesto y el final. Por lo general, una película europea no puede contar con el presupuesto de una americana, por lo que en una europea no habrá tanta calidad de imagen ni de sonido como en su homóloga americana. Tampoco podrá permitirse contar con una estrella como Catherine Zeta-Jones, como si ocurre en la americana. Y hasta cierto punto puedo entender que el director del remake quiera que ésta tenga una mejor producción que la original. Lo que ya no aguanto es esa continua pretensión del cine americano de intentar hacer creer que la vida cotidiana es un cuento de hadas a través de un final feliz. Quien haya visto Deliciosa Martha sabrá que la película no acaba para nada bien, como todo buen drama. Pues bien, en Sin reservas se las han arreglado para cambiarlo todo y crear un “Happy ever after”, un final de cuento que, si bien sienta al espectador mejor que el final original, no es real. Esa es, en esencia, la crítica que yo tengo en contra de los remakes americanos.

He dicho antes que me suelen gustar menos el remake americano si anteriormente he visto la original europea. Puede que eso haga que uno se pregunte qué ocurre si antes veo el remake. Por lo general, si bien me gusta un poco más el remake, valoro más la europea por ser más real y cercana, pues me siento más identificada y más emocionada con las actuaciones y las caracterizaciones de los personajes. Pero he aquí que hace poco ocurrió una excepción: me emocionaron y me encantaron tanto ambas versiones de la historia que no sé por cuál decantarme, e incluso diría que me gustan las dos por igual.

Desde pequeña me han gustado los musicales y las películas donde el baile ocupa una parte fundamental de la trama; por ello, cuando hace unos años vi un cartel que anunciaba en los cines una película llamada Shall we dance?, no pude evitar comprar una entrada de inmediato. Con el tiempo se convirtió en una de mis películas favoritas, más aún cuando crecí y entendí mejor a los personajes. Entendí el vacío existencial del protagonista, esas ansias de buscar una alternativa a este mundo cuadriculado que es la sociedad actual, dirigida únicamente a la producción y el consumo, que le hace probar un hobby tan poco usual como es el baile de salón; entendí la angustia de esa esposa que se pregunta por qué su marido es tan infeliz como para buscar una salida a su vida que no la incluya a ella y mantenga en secreto; entendí el miedo de ese gran bailarín que no puede compartir su pasión por el qué dirán y debe disfrazarse de empleado loco por los deportes… en fin, sentí que me podía poner en el lugar de cada uno de los personajes. Pensé que, por una vez, había encontrado una película original americana que me emocionara tanto como una europea.

Entonces llegó la sorpresa. Curioseando por Wikipedia, decidí entrar en el artículo inglés de Shall we dance?, y comprobé que el argumento de esa película no era original. ¿Era un remake? ¡Vaya estafa! Me sentí engañada y desilusionada. Pero lo curioso es que la película original no era europea, ¡era japonesa!, lo que me confundió aún más. En realidad tenía sentido, ya que en Japón la sociedad de consumo está incluso más presenta que en Occidente (sólo hay que ver a los hikkikomori), pero no era capaz de imaginar a un japonés bailando vals o rumba. Llevada por la curiosidad, busqué la versión japonesa y la vi inmediatamente después de terminar la descarga. Y sí, vi japoneses bailando vals y rumba… pero la película no era la misma. Es decir… sí que ocurrían los mismos hechos y sucesos en ambas películas… pero tanto los personajes como las motivaciones de los mismos eran distintos, sobre todo los secundarios. Incluso me costó encontrar paralelismos entre ambas películas. Las diferencias culturales entre ambas versiones eran abismales, demasiado profundas como para ser simplemente la calidad de imagen, el final y las interpretaciones. Era dos universos alternativos viviendo la misma historia.

No pude decidir qué versión era mejor, y me pregunto si lo conseguiré. Cada una retrata una sociedad distinta, con problemas distintos y personas distintas. No se trata únicamente de una copia de la historia por parte de la versión americana, sino que incluye una reinterpretación, un “¿qué tendría que pasar en una cultura distinta para que pasara exactamente lo mismo?”. Valoro mucho eso. Supone un esfuerzo mayor por parte del director y el equipo de dirección. Creo que esa película debería ser un referente para futuros directores de remakes: tener en cuenta que se está trabajando en un momento diferente, en un lugar diferente, con personajes diferentes. Creo que más personas además de mí misma lo agradecerían.

Sólo me queda una duda ahora: no es un secreto que muchos españoles critican el cine español y evitan verlo en la medida de lo posible. Mi pregunta es: si un director americano decidiera hacer un remake de una película española, ¿la verían los que despotricaron la original? Y otra duda: ¿les gustaría?

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